Pocos finales de novelas han sido tan poco gratos al público como el final de Don Quijote, con la vuelta a la cordura del protagonista y su muerte. Precisamente este es uno de los episodios que resurgen con más fuerza en las recreaciones cervantinas posteriores, que tienden a resucitar al héroe. Unamuno le dedica diversos comentarios espigados aquí y allá en su extensa producción y, entre otros, se encuentra este curioso pasaje de La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez (1930), un delicioso relato breve donde uno de los personajes escribe lo que sigue:
Y respecto a don Quijote, he de decirte, para terminar de una vez este desahogo de carta, que yo me figuro que no se murió tan a seguido de retirarse a su hogar después de vencio en Barcelona por Sansón Carrasco, sino que vivió algún tiempo para purgar su generosa, su santa locura, con el tropel de gentes que iban a buscarle en demanda de su ayuda para que les acorriese en sus cuitas y les enderezase sus tuertos, y cuando se les negaba se ponían a increparle y a acusarle de farsante o de traidor. Y al salir de su casa, se decían: «¡Se ha rajado!» Y otro tormento aún mayor que se le cayó encima debió de ser la nube de reporteros que iban a someterle a interrogatorios o, como han dado en decir ahora, encuestas. Y hasta me figuro que alguien le fue con esta pregunta: «¿A qué se debe, caballero, su celebridad?» (ed. D. Ródenas, Barcelona, Crítica, 2006).