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Pocos finales de novelas han sido tan poco gratos al público como el final de Don Quijote, con la vuelta a la cordura del protagonista y su muerte. Precisamente este es uno de los episodios que resurgen con más fuerza en las recreaciones cervantinas posteriores, que tienden a resucitar al héroe. Unamuno le dedica diversos comentarios espigados aquí y allá en su extensa producción y, entre otros, se encuentra este curioso pasaje de  La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez (1930), un delicioso relato breve donde uno de los personajes escribe lo que sigue:

Y respecto a don Quijote, he de decirte, para terminar de una vez este desahogo de carta, que yo me figuro que no se murió tan a seguido de retirarse a su hogar después de vencio en Barcelona por Sansón Carrasco, sino que vivió algún tiempo para purgar su generosa, su santa locura, con el tropel de gentes que iban a buscarle en demanda de su ayuda para que les acorriese en sus cuitas y les enderezase sus tuertos, y cuando se les negaba se ponían a increparle y a acusarle de farsante o de traidor. Y al salir de su casa, se decían: «¡Se ha rajado!» Y otro tormento aún mayor que se le cayó encima debió de ser la nube de reporteros que iban a someterle a interrogatorios o, como han dado en decir ahora, encuestas. Y hasta me figuro que alguien le fue con esta pregunta: «¿A qué se debe, caballero, su celebridad?» (ed. D. Ródenas, Barcelona, Crítica, 2006).

Quijotes en la narrativa contemporánea

1Ya era hora de volver a escribir, que hacía mucho que callaba. Hoy va de curiosidades, para inaugurar una nueva sección (ya veremos con qué fortuna).

Quizás curiosear por todas partes sea lo primero que uno haga al entrar por vez primera en una biblioteca nueva. Así me ocurrió al llegar a Neuchâtel en el otoño pasado. Entonces, revisando fondos y lagunas me encontré con un pequeño volumen dedicado a los ecos cervantinos en la novela española. La ficha del libro en cuestión es:

 Huellas del Quijote en la narrativa española contemporánea. Jornadas Hispánicas 1995, ed. I. Andrés-Suárez, I. d’Ors y M. Fernández, Neuchâtel, Université de Neuchâtel, 1996. [Cuadernos de Narrativa, 1.]

Según ya se habrá adivinado, trae las aportaciones presentadas durante las Jornádas Hispánicas, la reunión anual de los hispanistas suizos, que este año contaba con la presencia de:

  • Darío Villanueva, «El Quijote desde la novela española actual».
  • Antonio Vilanova, «Don Quijote y Sancho, dos personajes en busca de autor».
  • Luis López Molina, «Ramón Gómez de la Serna frente al Quijote».
  • José María Merino, «Reflexión sobre mi narrativa a la luz del Quijote».

Todo ello, además, estaba acompañado de una introducción firmada por Irene Andrés-Suárez y se echaba el telón con un cuestionario final sobre la deuda que con la novela del loco lúcido que algunos escritores (Carmen Martín Gaite, Medardo Fraile, Luis Mateo Díez y Antonio Pereira) tuvieron a bien responder. En fin, otra cala más, tal vez no muy conocida —al menos para un servidor— pero que merece ser tenida en cuenta. Porque, al fin y al cabo, la sombra de Cervantes y su obra es más que muy alargada.

La no tan misteriosa refundición calderoniana de M. Z.

Hace un par de años, para el congreso de la AITENSO, andaba a vueltas con una refundición del siglo XIX que, misteriosamente, se atribuía a un tal M. Z. Mi espíritu detectivesco se despertó ante lo que parecía todo un reto digno de algún curioso sabueso, pero la incógnita se desveló pronto: el responsable era Marcos Zapata (1845-1913), un desconocido dramaturgo de la escuela realista que le dio una vuelta de tuerca a La devoción de la cruz para adaptarlo a los gustos del momento, tratando de satisfacer los dictados de la preceptiva. Así que, pese a caerse el manto de misterio, resulta de interés analizar los cambios a los que somete a esta comedia calderoniana.

1Referencia completa:

Sáez, A. J., «Una refundición calderoniana del siglo XIX: La devoción de la cruz, por M. Z.», en El teatro barroco revisitado: textos, lecturas y otras mutaciones. Actas del XV Congreso de la AITENSO (Québec, 5-8 de octubre de 2011), ed. E. I. Deffis, J. Pérez Magallón y J. Vargas Luna, México / Montreal / Québec, El Colegio de Puebla / McGill University / Université Laval, 2013, pp. 395-408.

Nota bene: tampoco tuve suerte esta vez, porque la bibliografía se despidió a la francesa. Véase aquí: Biblio.Refundicion.Devocion

Un tratado milagrero y Calderón

Amplio y compejo es el mosaico de relaciones intertextuales en el Siglo de Oro. En el teatro resulta fundamental el fenómeno de la reescritura, cada vez más estudiado y entendido, pero la constelación de textos que manejaban los dramaturgos todavía presenta muchas incógnitas que merecen ser exploradas. La crítica suele centrarse en la intertextualidad literaria, dejando algo de lado las múltiples obras no ficcionales (filosóficas, históricas, políticas, etc.) que estaban al alcance de los ingenios coetáneos.

Portada del tratado.

Un caso interesante lo constituyen los milagros: por supuesto, como ingrediente esencial del cristianismo no requiere de ninguna acreditación más para campar a sus anchas por el teatro religioso del siglo XVII, pero no resulta baladí explorar alguna posible vía de comunicación. En este sentido, se puede conectar el tratado de fray Jaime Bleda titulado Cuatrocientos milagros de la cruz (Valencia, Felipe Mey, 1600), que puede estar tras la referencia al libro que porta el monje Alberto, Milagros de la cruz (v. 1008) y que, seguramente manuscrito, prepara para la imprenta. La puesta en diálogo no es aleatoria, pues una serie de milagros mantienen similitudes notables. Pero más allá de esto, se defiende la utilidad que este tratado puede tener para otras aproximaciones a textos con referencias sacras y cristológicas, no siendo menor la ayuda que puede prestar para la anotación de pasajes.

Referencia completa:

Sáez, A. J., «Los Cuatrocientos milagros de la cruz de Jaime Bleda: ¿libro de cabecera de Calderón?», Atalanta: Revista de las Letras Barrocas, 1.1, 2013, pp. 103-118.

Nota bene: en la publicación fue cercenado el apéndice por causas ajenas al autor. Puede consultarse aquí: 400.milagros_Apendice

Resurrecciones forzadas

«¡Lázaro, levántate y anda!», así se ha transmitido que fueron las palabras de Cristo al hermano de Marta para que resucitase. Del mismo modo, en literatura se cuentan algunos casos de resurrecciones forzosas, obligadas por agentes o circunstancias ajenas a los primeros designios del escritor.

Sir Walter Scott

Sir Walter Scott

Sir Walter Scott, uno de los padres de la novela histórica, escribe jocosamente en nota al cap. 42 de su Ivanhoe:

The resuscitation of Athelstane has been much criticised, as too violent a breach of probability, even for a work of such fantastic character. It was a tour-de-force, to which the author was compelled to have recourse, by the vehement entreaties of his friend and printer, who was inconsolable on the Saxon being conveyed to the tomb. [La resurrección de Athelstane ha sido muy criticada, por ser un duro golpe contra la verosimilitud, incluso en una obra tan fantástica como esta. Fue un tour-de-force al que el autor no tuvo más remedio que recurrir a causa de las vehementes protestas de su amigo el impresor, que estaba inconsolable por la muerte de este personaje.]

Arthur Conan Doyle

Sir Arthur Conan Doyle

Nada de broma por parte del autor tiene otro caso más moderno. Tras una larga serie de entregas, Sir Arthur Conan Doyle decide dar muerte a su personaje en The Final Problem (El problema final, 1891): allí, después de perseguir al malvado Moriarty hasta las cascadas de Reichenbach, cae y muere. Pero resulta que a los lectores esto no les hace ni pizca de gracia, y reclaman el regreso del héroe que tantas horas les ha entretenido: no solo escribiendo cartas a Conan Doyle, sino se dice llevando crespones negros en el sombrero, como si de un luto oficial se tratara.

El escritor se resiste un tiempo, pero al final se rinde, por las razones que fueran. Así, Holmes reaparece en The Adventure of the Empty House (La casa deshabitada, 1894), que da inicio a las trece historias que constituyen el ciclo conocido como The Return of Sherlock Holmes. La solución es bastante sencilla: el detective simuló morir para poder actuar desde la sombra contra los secuaces de Moriarty, y el Dr. Watson relata las aventuras de Holmes durante su «muerte».

No acaba aquí la cosa, porque esta etapa de ausencia, conocida como «The Great Hiatus Years» o «Gran Hiato» (1891-1894), propició que otras plumas divagasen sobre las causas de esta misteriosa desaparición de Holmes: ¿desintoxicación de las drogas? ¿feliz matrimonio con su amada Irene Adler? Pero estas recreaciones quedan para mejor ocasión.

Yo agradezco

Carta abierta a todos los amigos y colegas.

Tras la defensa de mi tesis doctoral, no puedo resistirme a escribir estas líneas para expresar públicamente mi gratitud. Si el otro día no pude detenerme en este punto, ahora sí quiero agradecer la amistad y el apoyo, los ánimos y consejos de tantos buenos amigos que me han acompañado a lo largo de este camino. Sin ellos, todavía estaría perdido en algún callejón sin salida o, quizás, habría sucumbido a las dificultades. Así que,  ¡ojalá sigan a mi vera mucho tiempo más!

Yo agradezco a mi familia, a mis padres, hermanos y tíos, por ser siempre mi refugio en todo momento y por su constante paciencia. A mi tío Moncho, por ser un espejo en el que mirarse cada día.

A mis pamplonicas (Iosu Pascual, Xabi Soria), por todo, desde siempre. A Juan Ramón Jiménez y María Luisa Delgado, quienes me encaminaron por las páginas de tantos libros y son, en cierta manera, culpables de mi dedicación a la filología.

Yo doy las gracias a mis colegas del GRISO, pues han contribuido decisivamente a que hoy sea lo que soy. Desde un comienzo, Carlos Mata y Mariela Insúa me encaminaron por la senda correcta casi sin que me diera cuenta. Por su parte, mi querido Quique Duarte, que tiene tanto de grande como de bueno y sabio,mientras Álvaro Baraibar, Juan M. Escudero y Jesús M. Usunáriz dan muestra a diario de cómo debe afrontarse todo con esfuerzo, humildad y con la mejor de las sonrisas. Sin olvidar, claro está, el apoyo o las clases de Blanca Oteiza, M. Carmen Pinillos, Miguel Zugasti y Rafael Zafra.

A mis compañeros de carrera (y en especial a Pablo Blanco, Juan Carlos Carrillo y Jorge Sanz). Y a los de doctorado: Fernanda Crespo, Reyes Duro, Nuria Garro, Juliana Peiró y al coronel Manuel Sierra; a los literatos Jéssica Castro, Shai Cohen, la oriental Mariana Moraes, Davinia Rodríguez, Joaquín Zuleta y Ana Zúñiga Lacruz, más mein lieber Freund Felix K. E. Schmelzer. Con ellos solo pasé un año pero, ¡ay!, dio para mucho.

Guardo un profundo agradecimiento a mi gente de Münster, quienes tan bien me hospedaron durante aquel año en Alemania: vayan por delante Javier García Albero, consejero y compañero de fatigas —y su mujer Anne—, pero también Carmen Rivero y Christoph Strosetzki, sin olvidar a Anne Schömann-Finck (jetzt Rolfes), Queralt Castañares y al entrañable László Scholz, entrañable vecino de primavera.

Yo agradezco también a mis nuevos colegas de la Université de Neuchâtel la buena acogida que nos brindaron —tanto a Antonio como a mí— a nuestra llegada a Suiza: Noémie Béguelin Cadoux, Elena Diez del Corral, Vania Maire Fivaz, Natacha Reynaud y Toni Rivas.

A los colegas de la Asociación de Cervantistas José Manuel Lucía Megías, Santiago López Navia, Pepe Montero Reguera, Alicia Villar Lecumberri… Y, más que nada, a mi familia cervantina: Miriam Borham, Paco Cuevas, María Fernández Ferreiro, Gaston Gilabert, José E. López Martínez (aka el Puma) Artem Serebrennikov y a mi muy querido Alfredo Moro. Y a Antonio Barnés Vázquez (que une lo clásico con lo moderno) y Jesús G. Maestro, quien me dio algunas de las primeras oportunidades de publicar mis divagaciones.

Un recuerdo también para los amigos del JISO, con quienes nos reunimos anualmente en Pamplona (de momento) para compartir nuestro fresco (no se entienda mal) entusiasmo por el Siglo de Oro: Lavinia Barone, Benedetta Belloni, Juanma Carmona, Juan Cerezo, Alessandra Ceribelli, Rosa Durá, Francisco Estévez, Rafael Massanet, Elena Nicolás Cantabella (con Pepe), Víctor Sierra Matute, y los riojanos Guillermo Soriano Sancha y Rebeca Lázaro Niso, tan buenos ellos.

Con Calderón de la mano, he disfrutado de la compañía de Wolfram Aichinger y Simon Kroll por los bosques de Viena, o de alguna odisea muy grata con Fred A. de Armas, pero los calderonistas de Santiago de Compostela son, sin duda, uno de los mayores y mejores descubrimientos de estos años: Paula Casariego Castiñeira (alias Nadie fíe su secreto), Isabel Hernando Morata (amante devota de don Fernando), Noelia Iglesias Iglesias (conocida como la dama fantasma), Alejandra Ulla Lorenzo (la mayor encantadora), Alicia Vara (aka Argenis y esposa de don Pedro), Zaida Vila Carneiro (amante, honorable y poderosa), el quevedista Jacobo Llamas y, ante todo, el bueno de Fernando Rodríguez-Gallego que, no por «Judas fingido» deja de ser uno de los amigos y lectores más generosos que conozco. Gracias, pues, a todos ellos por Santiago, Louro y Val do Dubra, entre risas y notas, comas y puntos… siempre, con amistad.

Dentro ya del marco de la tesis, una serie de colegas me han auxiliado ocasionalmente con comentarios y sugerencias valiosas: por eso, gracias a Don W. Cruickshank, Santiago Fernández Mosquera, Luis Iglesias Feijoo, Germán Vega García-Luengos y, ante todo, a Fausta Antonucci. Los miembros del tribunal que tuvieron a bien juzgar mi tesis dieron muestra, a mi juicio, de un esfuerzo y una dedicación admirables que tradujeron en críticas y sugerencias de gran valor, que contribuirán a mejorar mi trabajo. Por ello, merecen toda mi admiración y mi mayor gratitud Juan M. Escudero, Luis Galván, Gonzalo Pontón, Fausta Antonucci y Luis Iglesias Feijoo. Como dije en mi respuesta, pocas veces se recibieron críticas (en el mejor de los sentidos) con tanto gusto.

A Antonio Sánchez Jiménez, ahora mi jefe pero siempre un buen amigo, por abrirme nuevos caminos. Y por hacerlo como solo él sabe, haciendo dulce cada paso.

Y especialmente, yo agradezco al profesor Arellano, mi maestro, por su brillante estímulo y su sabia guía desde mis primeras inquietudes filológicas. A él le debo mucho, casi todo, de lo bueno que pueda escribir a lo largo de mi vida; a él, le debo infinitas lecturas, sorpresas, viajes y, más que nada, la pasión por la literatura del Siglo de Oro. Por todo eso y mucho más, gracias, querido maestro.

Y con esto, que ya es mucho, vale.

Adrián J. Sáez

P.D.: Quien no se haya dado cuenta todavía, he seguido libremente el modelo de «J’accuse», carta abierta de Émile Zola publicado en L’Aurore (13 de enero de 1898), variando un tanto —bastante— función, mensaje y destinatarios.

Poesía en las soledades de Huelva

Bien está hacer caso a Góngora y reunirse a la vista de los muros de Huelva para divagar sobre poesía áurea. Así ha tenido lugar el congreso «El duque de Medina Sidonia: Mecenazgo y renovación estética», celebrado durante los días 6-8 de marzo del presente. Bajo la firme dirección de Luis Gómez Canseco, José Manuel Rico García y Pedro Ruiz Pérez, triunvirato digno de las mejores épocas de Roma, un grupo de críticos internacionales se ha congregado para reflexionar sobre las relaciones entre el poder y los literatos, Góngora y otros ingenios, interrelaciones artísticas, etc., desde una perspectiva marcadamente interdisciplinar. El encuentro ha servido, igualmente, para rendir merecido homenaje a Begoña López Bueno, con ocasión del 25.º cumpleaños del Grupo PASO.

Adrián J. Sáez, Luis Gómez Canseco y Antonio Sánchez Jiménez, durante el congreso

Adrián J. Sáez, Luis Gómez Canseco y Antonio Sánchez Jiménez, durante el congreso

Muchas, variadas y ricas han sido, pues, las aportaciones presentadas en el curso de este encuentro: desde el coleccionismo y las Wunderkammer en el siglo XVII (Carlos A. González Sánchez, Antonio Urquízar) hasta indagaciones sobre el concepto de autor (sesión coordinada por Ignacio García Aguilar), imprenta y edición (Trevor J. Dadson) o nuevas perspectivas sobre la hermandad entre pintura y literatura (Antonio Sánchez Jiménez), etc., en un amplio abanico de poetas y obras que no me detengo a glosar. Eso sí, la mayoría de ellos ha girado en torno a Góngora, ya que este año se celebra el 400 centenario de la publicación de sus poemas mayores. Un tapiz del que, a buen seguro, saldrán nuevos hilos en forma de trabajos y colaboraciones.

Además, junto a esta probada calidad intelectual del evento, ha brillado la calidad humana, muy humana -que diría alguno- de los colegas reunidos. Buena muestra, entre otras cosas, de aquello que decía Espinosa: «No buscar, escoger amigos ciento / puedes».

Un Calderón para niños: El gran teatro del mundo

Las pasadas Navidades tuvieron un gustillo calderoniano en Madrid. La compañía Uroc Teatro en colaboración con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) llevó a las tablas del Pavón Otro gran teatro del mundo, comedia musical basada en el auto sacramental El gran teatro del mundo de Calderón de la Barca. Adaptación muy libre, claro está, destinada además a un público familiar (a partir de 6 años, precisa el programa de mano).

Se trata de la inauguración de un proyecto de la CNTC titulado «Mi primer clásico» con el que pretende hacer llegar a niños y jóvenes las grandes obras de los clásicos, «contados de una forma rigurosa, interesante y, sobre todo, divertida» (p. 3 del programita). No era pequeña hazaña lanzarse con un auto sacramental, género poco frecuentado en los escenarios actuales, y hacerlo grato al público. Pues bien, la idea es sumamente atractiva y he de confesar que, para mi sorpresa, los espectadores quedaron encantados. Por supuesto, la adaptación era tremendamente libre y el texto de Calderón brillaba por su ausencia, y las cuestiones teológicas del género se habían suprimido.

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Pero a falta del texto estaba Calderón como personaje: más todavía, un joven Calderón bastante ególatra que dirige la representación de una obra de teatro para su amigo el Mundo, que está de cumpleaños y, por desgracia, muy enfermo. La historia es bien sencilla: los «Yonadadenada» son un pueblo muy pobre, frente a los «Yotododetodo», muy ricos, y la reina de los primeros manda a su hijo que secuestre a la hija de los segundos para pedir a cambio un rescate que mejore su situación. Pero he aquí que en esta fiesta de cumpleaños para el Mundo, junto a las Musas que siguen a Calderón y el gracioso «Figurón» que le sirve, se ha colado una niña que va introduciendo cambios en la obra que ve y que Calderón se ve obligado a aceptar para agradar al Mundo: así, hace que los príncipes se enamoren y, más adelante, no acepta que la princesa muera a manos del príncipe mostrando así la injusticia del mundo. Decide, al contrario de lo que enseña la obra original, que los actores se rebelen contra sus papeles (aquí se asoman Unamuno y Pirandello) y este cambio devuelve la ilusión al Mundo. Al final Calderón entrega a la niña un nuevo texto: la obra que han escrito entre todos durante la representación.

Un Calderón cambiado, desde luego, pero que llega al público con agrado y aplauso. Y eso no es pequeño logro en un clásico, aunque sea a costa de sacrificar el respeto al original.

Recreando a Cervantes y don Quijote

Con retraso, lo sé, recuerdo ahora un par de jornadas de grata memoria que pasamos en Pamplona con ocasión del Congreso Internacional «Recreaciones Quijotescas y Cervantinas en la narrativa» (13-14 de diciembre de 2012). La demora es, ¡ay!, ciertamente condenable, más teniendo en cuenta que todo encuentro cervantista (como los de la Asociación de Cervantistas) posee la virtud de enlazar perfectamente el negocio con el ocio, esto es, lo mucho que se aprende y discute en las aulas con todo lo que se disfruta fuera de ellas. Pero yo también «tuve otras cosas que hacer»…

Este encuentro es la segunda edición del proyecto RQC –que no, nada tiene que ver con una banda de rock, como me dijeron una vez–, que pretende estudiar y editar las imitaciones, continuaciones y pervivencias varias a las que ha dado lugar la vida y obra de Cervantes. Empresa bien ardua, aunque solo sea por la amplitud del corpus y, dicho sea de paso, porque la calidad literaria de estos textos deja mucho que desear… y hasta, a veces, pocas ganas de repetir. Sí, al menos esta vez simplemente leerlos ya es quizás una muestra de heroísmo filológico, o como quieran llamarlo. Son, desde luego, carne de escrutinio…

G. Doré, "Alegoría del escrutinio de la biblioteca", DQ, Paris, Hachette, 1863.

G. Doré, «Alegoría del escrutinio de la biblioteca», DQ, Paris, Hachette, 1863.

Confesiones aparte, estos días de diciembre llegaron una cuarentena de cervantistas de 14 países para discutir sobre el tema en cuestión. Pues bien, bajo este paraguas general se abordaron cuestiones como la cultura emblemática y visual que adorna la obra de Cervantes (I. Arellano), recreaciones españolas (M.ª L. Tobar, F. Cuevas Cervera, C. Mata Induráin) e hispanoamericanas (J. Castro, Á. Pérez Martínez, A. Loeza), versiones varias en francés e inglés (J. M. Lucía Megías, E. Marigno, A. Moro, J. Pardo, A. Villar Lecumberri), o la presencia cervantina en Galdós (F. A. de Armas, C. Patiño Eirín, M. Sotelo, A. J. Sáez), entre otros, con un broche de oro a cargo de Santiago López Navia, pionero en estas lides.

«Los gritos de la verdad»: una imagen en el Arte nuevo de Lope

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Muchos y muy ricos han sido los esfuerzos dedicados al Arte nuevo de Lope, como texto fundamental para la comprensión del teatro clásico español.  Renovados asedios se sucedieron con el 400 centenario de su publicación, pero una pequeña faceta quedaba por ser atendida. Me refiero a la imagen de «los gritos que da la verdad en libros mudos» (vv. 43-44), que comento en un trabajo reciente. Aunque puede parecer un aspecto marginal, posee una notable importancia en el contexto de la poética y el pulso mantenido con las normas clásicas. Así, está construida sobre una amalgama de significados (iconográficos, simbólicos …) y es una estrategia cargada de ironía destinada al doble receptor del texto.

Sáez, A. J., «»Los gritos de la verdad»: una imagen del Arte nuevo (vv. 43-44) y su significado», Anuario Lope de Vega. Texto, literatura, cultura, 17, 2011, pp. 107-122.

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